De los campos al desierto, del azadón al rifle, de la siembra a la estrategia. Ese es el testimonio que llega con el Mausoleo de los Veteranos de la Guerra del Pacífico ubicado en el Cementerio Municipal. Es la única construcción en Ñuble que conmemora a quienes participaron en la Guerra del Pacífico, conflicto bélico desatado en 1879 y es considerado uno de los lugares mejor conservados del país en homenaje a los veteranos, en especial por su aspecto, lo que se sustenta en la labor del cementerio que destina una parte de su presupuesto a su mantención anual. En otras comunas sólo las tumbas solitarias se vuelven las únicas huellas ubicables de esta historia.
La génesis de esta estructura conmemorativa blanca y solemne, inaugurada el 10 de julio de 1982, se encuentra en el hallazgo que hubo de unos restos óseos durante una remodelación del cementerio y cuya data confirmó que eran cuerpos que habían estado presentes en esta guerra.
Aquellas tumbas son una voz perpetua de esos cientos de campesinos que desde estas tierras migraron hasta el desierto desconocido viajando en un tren donde cambiaban las ojotas por un uniforme azul y rojo. Aquellos que respondieron a los llamados que fueron publicados en los diarios de la época. Sobre todo tras la ocupación de Antofagasta, los jóvenes se inundaron con los anhelos de servir en batalla. Muchos se convirtieron así en soldados desconocidos. Los ecos se oyeron desde distintas comunas, de hecho se recuerda que Benjamín Vicuña Mackenna definió a Ñuble como una “comarca de leones” que entregó más de 6 mil hombres a la guerra en distinta unidades. Muchos se enrolaron de forma voluntaria para morir por su Patria, como recuerdan las crónicas del bulnensino Hipólito Gutiérrez, único testimonio escrito encontrado de un soldado de aquellos años. Otros tantos fueron reclutados en los campos durante el verano en el momento de las cosechas. No era extraño que estas latitudes fueran tan pródigas, en ese tiempo los habitantes del país se concentraba entre Rancagua y Concepción y el 80% de la población era rural.
Aquellos nombres silenciosos guardan también lo que fue la vivencia de la guerra con el rigor de las largas campañas en el desierto y el mar. Hay episodios que colindan incluso con el heroísmo exacerbado. En las aguas salobres se navegaba en buques precarios que hacían aguas constantemente llevándose la juventud de los marinos. En tierra no era muy distinto con intensas caminatas bajo el sol, padecimientos de fiebres, llagas en los pies que para soportar el dolor eran envueltos en pañuelos, mientras se cargaban las bayonetas y los corvos chilenos, mientras se imaginaba el combate cuerpo a cuerpo con el enemigo en un paisaje completamente lejano a los verdores de las tierras de origen. La chupilca del diablo, con aguardiente y pólvora, más la arenga eran los alicientes para resistir el combate donde las campañas de Arica, Tacna, Chorrillos y Miraflores fueron emblemáticas. Allí se gestaron dolores, muertes y heridas de quienes regresarían con vida.
La historia entrega su memoria tanto en los sitios de vida como en los de muerte. Descansan en este mausoleo las historias de doce soldados:
-Sargento Primero Adolfo Méndez
-Sargento Segundo Manuel Francisco
-Román Cornejo
-Soldado Justiniano Gómez
-Soldado Toribio Monroi
-Soldado Remigio Orellana Acuña
-Soldado Jerónimo Rodríguez
-Soldado Avelino Salinas
-Soldado Dionisio Sepúlveda
-Soldado Pedro Contreras Jiménez
-Soldado José Ignacio Loyola Gutiérrez
-Cabo Segundo José Froilán
-Cohas Monsalve
-Soldado Manuel Jesús Fernández
Fuente: Hotel Molino Viejo
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